martes, 2 de diciembre de 2008

A los 16 años, por el año 1986, aún sin ningún conocimiento en el tema de viajes astrales, cierta noche fría de diciembre, comenzó lo que al principio pensé que era lo más terrorífico que pueda experimentar un ser humano. Aún hoy siento aquel terrible escalofrío en mi piel cuando desperté en aquella madrugada y sentía mi cuerpo muy pesado, quería levantarme pero era imposible, la angustia me sofocaba y luego tuve una sensación de estar girando muy rápido y de ver muy de cerca el piso de mi habitación para luego en un segundo estar pegado al techo, al final logré regresar y quedarme dormido. En verdad es una situación en la cual llegas a sentir que morirás.

Pasado un poco el susto de tan terrible experiencia, a los pocos días, durmiendo nuevamente, desperté aturdido, esta vez no abrí los ojos y no podía creer lo que estaba pasando, sentí sentado sobre mi estomago a alguien que me agarraba mis manos, afortunadamente el terror fue seguido de un desenfrenado deseo de pelear, por lo que empecé a levantarme con todas las fuerzas de mi alma y sentía entre mis dedos aquellas manos huesudas que luchaban al mismo tiempo. Me queda aún en mis oídos el eco del grito mas fuerte que he dado de victoria al lograr aventar aquella criatura espantosa que afortunadamente vencí y no logré ver jamás.

Ocurrieron muchos mas sucesos que siguieron a estos, en los cuales poco a poco fui dándome cuenta que tenía una fuerza interior capaz de controlar el miedo intenso que provoca lo desconocido.

El 14 de febrero de 1988 como otras veces, desperté en un gran estado de relajamiento, y de pronto un zumbido parecido al de un enjambre de abejas en mi coronilla me puso en alerta, seguido de un hormigueo en todo mi cuerpo, poco a poco fui elevándome en posición vertical y logré ver mi cuerpo allá abajo dormido, inerte. Rápidamente escapé de aquella habitación atravesando una pared y dirigiéndome hacia la calle atravesé la puerta, ahí me esperaba un inmenso grupo de personas, todas jóvenes, ya no estaba en la calle de mi barrio, estaba en un enorme lugar al aire libre, distinguí entre todos a un buen amigo mío llamado Roberto Garrido, me acerqué a el muy emocionado pero vi en su rostro desilusión y tristeza, lo abracé y le pregunté si se encontraba bien, de pronto sentí que volvía a mi cuerpo, que algo me jalaba, aún pude preguntarle de nuevo y logré escuchar que me dijo “si”.
A la mañana siguiente aun pensando en lo sucedido me dirigí a su casa, llamé a la puerta y su madre salió a mi encuentro con la mirada perdida en el horizonte, luego, después de fijar su mirada en mi dijo: “Roberto se me murió”. Roberto había tenido un accidente de transito en la madrugada regresando a casa.

Otra situación parecida me sucedió con otro amigo llamado Fumio, al cual cariñosamente todos llamábamos Fumito, la noche anterior a la experiencia que les relataré, el, junto a otro grupo de amigos persiguieron a un ladrón que andaba huyendo justamente por la calle donde ellos estaban, lamentablemente el ladrón sacó un arma y disparó varias veces hacia atrás sin ni siquiera voltear a ver, justamente una de las balas acertó en el pecho y Fumito falleció en la ambulancia en los brazos de otros dos amigos.
Creo que la tristeza que vi reflejada en el rostro de Fumito la noche siguiente en la que tuve el desdoblamiento y viajé a la fatídica calle me hizo asegurarme del porque también vi triste a Roberto en aquel campo abierto, era por haberles arrebatado sus sueños tan temprano en la vida.

Era una noche extraña, casi mágica, sentía el ambiente cargado de energía. Antes de entrar a mi habitación vi mi reflejo en el suelo, luego vi por unos instantes hacia el cielo y encontré grande, casi amarilla y sonriente la luna llena. Por el mismo ambiente que antecede a un viaje astral recé, porque aunque era una experiencia que empezaba a gustarme solía darme temor el no poder dominarla.
“Estoy aquí”, “estoy aquí”. Tenía mi cuerpo paralizado, alguien me hablaba al oído, logré sentarme en la orilla de la cama y de nuevo me hablaron al oído “estoy aquí”, volteé la cabeza hacia donde estaba mi cuerpo físico durmiendo y luego hacia el otro lado, y sentada sobra la esquina opuesta estaba una mujer completamente de blanco, con sus cabellos largos, húmedos y ondulados sobre su rostro, el verla me brindaba una mezcla de terror y curiosidad inexplicable, me acerqué vacilante, agachándome para poder verle el rostro, cuando por fin estaba lo suficientemente cerca volteó hacia mi y por la impresión sufrida regresé de inmediato y desperté, ahí estaba ese ser misterioso, sin ojos, con las cuencas vacías.

Con el paso de los años leí acerca del tema lo mas que pude, a principios de los 90 aun no tenía acceso a internet por lo que buscaba información en bibliotecas; una tarde platicando con mi madre le conté mi deseo de saber mas sobre este tema y me proporcionó algunos libros de Lobsang Rampa, los cuales fueron muy instructivos y me abrieron un mundo nuevo. A medida que aprendía más le temía menos al desdoblamiento.

En una ocasión que recuerdo muy particularmente, también me despertaron murmullos a mi alrededor, teniendo esperanza que podría ser la mujer misteriosa que tanta impresión me había causado, me senté y lentamente abrí mis ojos, como en una mesa redonda se encontraban 5 ancianos hablando casi al mismo tiempo en lenguas para mi desconocidas.

En ese mundo tan extraño y desconocido para muchos me he preguntado hasta donde se puede llegar. He notado que al no comer nada por la noche resulta más fácil el desdoblamiento, y aquella noche no cené.
De pronto empezó como una vibración general y el zumbido creciendo de intensidad, esta vez me dispuse a observar mas detalles, inmediatamente pude ver mi mano como blanca, casi transparente, entonces empecé a elevarme lentamente y noté que la habitación cambiaba en algunos detalles, al fin de cuentas las leyes de ese mundo son diferentes, pude notar la intensidad de los colores, brillosos, casi fosforescentes, sentía mi respiración y lo mejor, sentía una paz increíble, nada me ha dado tanto placer en la vida como el viaje astral, he llegado a no querer regresar, claro, supongo que no debería pensar así, después hice lo que mas me agrada, salir y volar y conocer todo cuanto pueda, recuerdo haber llegado a un lugar celestial, como un castillo gigante, con las paredes con pinturas preciosas y hermosos jardines, me parecía como el hogar de Gulliver pues yo me sentía del tamaño de una hormiga.
En el atardecer de un hermoso noviembre donde los dedos de Dios en un rojo intenso parecían derretir el cielo empezaba a quedarme dormido en una hamaca cuando los reclamos de un pájaro negro me despertaron, asustado abrí los ojos, y sorpresa! Me sentí flotando y descubrí aquella tarde, detrás de los volcanes, armonía, libertad y una inmensa paz que inundaba mi alma.